Schopenhauer y la música
Blas Matamoro
Fuente: Scherzo
La proverbial sordera de los letrados para la música, propia de los países de nuestra lengua, parece ir cediendo en los últimos tiempos con varios estudios acerca de los vínculos entre música y palabra, es decir entre música y pensamiento. A la serie se acaba de añadir el libro de un joven investigador madrileño, Carlos Javier González Serrano: Arte y música en Schopenhauer. El camino hacia la experiencia estética (Locus Solus, Madrid, 2016).
El autor construye una ordenada y aseada topografía schopenhaueriana, desde la constitución de un sujeto puro del saber, libre de las acechanzas de la voluntad y los engaños de la representación, para arribar a la música como acceso privilegiado al mundo metafísico, el más allá de las percepciones sensoriales. En efecto, lo que está en juego, como bien explica González Serrano, es un problema antropológico, el hombre como un animal metafísico, apasionado y desesperado por las cosas en sí, su ser esencial, que la razón no puede abordar por estar enredada en el mundo de los fenómenos.
La importancia de Schopenhauer en este dilema entre el mundo como ciega voluntad y efímera representación, según el título de su obra maestra, es que halla en la música esa vía de acceso al ser esencial del mundo, la música que transcurre en un tiempo que no pasa, una suerte de intervalo ahistórico en la vida humana y que prescinde de la disociación verbal entre signo y significado para proponer la unidad del sentimiento. Así es que, siguiendo a su lector español, el sabio de Danzig nos propone una alternativa a las religiones, al desacralizar el espacio de lo metafísico, que su seguidor Wagner intentó reservar a una nueva religión, la religión del arte. En efecto, la música es un producto humano que, en medio del invidente impulso del deseo voluntario y la evidencia ilusoria de las representaciones, vaya erigiendo un orbe de sentido, basado justamente en lo sentido, en el sentimiento. Infinito en su objeto, incesante en su insistencia, este trabajo con la música nos decide a aceptar la verdad del mundo como algo musical, es decir sentimental e inefable.
González Serrano, consabido viajero por los caminos de Schopenhauer, señala un nuevo rumbo al tópico del pesimismo schopenhaueriano, la melancolía del desengaño que lleva a una frenética guerra de la voluntad o a la apatía del contemplador. Este rumbo es el que resuelve el desafío del hombre como el señalado animal metafísico. La resolución está en la música y la palabra resolución es asimismo musical pues señala la distensión tonal que culmina una cadencia. En ella hemos vivenciado sin palabras nuestros gozos y nuestros dolores, hemos colmado de sentido perenne nuestras vidas y hemos construido, por fin, la esencial realidad del mundo, simultánea de armonías y sucesiva de melodías. Se disipa la pesadilla de la perención y la ceguera del arrebato. El mundo empieza a ser nuestro mundo en cuanto suena la música.